El abrigo del agua despierta los nervios entumecidos y mis pensamientos se abren como pétalos de una flor al vacío que los rodea. Zarcillos de ideas se extienden a través de las gotas que humedecen mi piel, buscando a través del cálido vaho un propósito que me permita escapar al horror del domingo de hoy. El contacto con la tela y la luz del sol los cercena, y antes de que mi mente sucumba recito la segunda oración.
El intenso sabor de las entrañas de un animal muerto se apoya en mi lengua, extendiendo la placentera sensación de sus matices especiados por todo mi paladar, inundándome con su potente aroma de bocado exquisito. Lo disfruto a cada pequeño pedazo que desaparece entre mis dientes, y cuando acaba, expuesto a las largas horas de la tarde, me pregunto qué sentido tiene alimentar este sinsentido. De repente olvido la tercera oración y caigo al vacío.
…
Despierto algo más tarde, y el proceso de desembarazarme de mi mismo me lleva un largo rato. Como un insecto escapando del capullo que lo protege, corto las ataduras de ese sueño artificial en el que mi mente se sumerge ante el horror del vacío. Me obligo a abrir los ojos, estiro mis extremidades encogidas en torno a mi cuerpo, rechazo la calidez del lecho, la tentación de la dulce inconsciencia, y recuerdo la tercera oración. Me aferro a ella mientras mis pensamientos emergen de nuevo para dominar mis actos y cuando todo se ha estabilizado la entono.
El tiempo se desliza perezosamente a lo largo de la tarde, fluyendo con la lentitud propia de esa pesada viscosidad que el tiempo adquiere en domingo. Mi mente procura olvidarlo, entregada a resolver la entropía de objetos y papeles, de lugares e ideas. Leyendas pasadas se despliegan ante mis ojos, talismanes ocultos se atesoran bajo mis dedos, historia viva se alza a mi alrededor apresada en los pequeños recipientes de su materialidad. Mi mente permanece absorta en ello, pero nada alcanza mi corazón. Olvido el vacío hasta la cuarta oración.
Pequeñas criaturas se agolpan de nuevo en mi boca en un eco salado de la segunda oración. Se acerca el final del día y la ausencia de sentido parece ya menos monstruosa. A esas horas el vacío tiene ya cierto sentido, y la necesidad de inconsciencia una causa justificada. Finalizo la cuarta oración y dejo ir los últimos momentos de este domingo.
Mis pensamientos vagan ahora, condenada enredadera de brotes secos e insondables profundidades, de temblorosos pseudópodos que tantean en busca del sentido perdido que me haga llegar al nuevo día y angustiadas raíces incapaces de asirse a este suelo, a la vez demasiado duro y etéreo. No llegan a ninguna conclusión, no hay conclusión posible. Me abandono a la ansiada inconsciencia, preparándome para el ritual del domingo que vendrá mañana.
Grey Arkhane
Altazor ¿por qué perdiste tu primera serenidad?
ResponderEliminar¿Qué ángel malo se paró en la puerta de tu sonrisa
con la espada en la mano?
¿Quién sembró la angustia en las llanuras de tus
ojos como el adorno de un dios?
¿Por qué un día de repente sentiste el terror de
ser?
Y esa voz que te gritó vives y no te ves vivir
¿Quién hizo converger tus pensamientos al cruce
de todos los vientos del dolor?
Se rompió el diamante de tus sueños en un mar
de estupor
Estás perdido Altazor
Solo en medio del universo
Solo como una nota que florece en las alturas del
vacío
No hay bien no hay mal ni verdad ni orden ni
belleza