Es fácil olvidar en los momentos de júbilo que todo tiene un final. Que toda historia se cierra en una última página, que todo camino llega a algún lugar. Que todo acaba tarde o temprano.
Cada proyecto en el que nos embarcamos, cada proceso que iniciamos, acaba sucumbiendo al paso del tiempo ("El tiempo es el destructor de la vida", como dijo André Matos). Pues no sólo las distintas fases de nuestra existencia se suceden en precisos ciclos cerrados, sino también todo aquello que nos rodea: Los lugares en los que habitamos cambian hasta volverse irreconocibles, extraños, y los paisajes de nuestra niñez acaban por desaparecer entre asfalto y cemento. El mundo en el que vivimos avanza vertiginoso hacia su propio e inevitable colapso, víctima de nuestra ceguera ante falsos dioses, pues incluso nuestra existencia como especie ha de llegar a su final.
Transitamos por la Realidad cerrando puertas a nuestras espaldas que nunca volverán a abrirse, dejando también atrás a quienes nos acompañan en ese camino. Amigos, amantes y amores ahogados por el tiempo con llanto e ira, cicatrices que calan en nuestra alma, pesados lastres que se superponen y compactan en las vetas que constituyen nuestra memoria. Pues eso es lo que nos define en última instancia: aquello que hemos dejado atrás, el archivo corrupto de nuestros recuerdos, la experiencia ganada a través del dolor de perder una y otra vez aquello que en algún momento nos hizo felices. A base de traiciones, errores o de las simples consecuencias de elecciones propias y ajenas nos alzamos sobre los cuerpos de aquellos que se pierden en nuestra historia personal para nunca volver, construyendo con los huesos de su recuerdo el armazón de nuestra identidad, regando con la mezcla de su sangre y la propia el árbol de nuestro conocimiento.
Y así avanzamos, creciendo a medida que quemamos el camino a nuestras espaldas, pagando el precio de fracasar al tratar de salvar aquello que amamos para ganar una dudosa sabiduría. Así avanzamos, en realidad siempre solos, perdiendo todo lo demás por el camino hasta llegar al último e ineludible final, en el que hallamos de perdernos también a nosotros mismos.
Hoy extraño al despertar una espalda tendida bajo mi mano y las suaves líneas que mis dedos siguieron tantas veces sobre ella. Un cadáver más en la pila que me alzará a ninguna parte.
Grey Arkhane
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