Lentamente giras el espetón, permitiendo que las llamas de esa ira perenne y callada que crepita en tu interior laman con cuidado cada porción de la superficie crujiente que rodea tu corazón. Observas cómo estalla una pequeña burbuja de rojiza esperanza que cae al fuego con un chisporroteo y suspiras con la resignación necesaria para las tareas pacientes.
Sin dejar de girar cuidadosamente el tostado pedazo de carne, aplicas con una pequeña brocha una nueva capa de decepción y le añades un chorrito de despecho. Las llamas trepan sobre la carne al contacto del espirituoso líquido, recorriendo las vetas venosas antes de extinguirse. Ahí está el secreto, piensas, en ese añadido continuo de emociones intensas, cada vez menores, que tiento a tiento churruscan cada vez más la corteza del corazón volviéndola dura y crujiente sin que pierda su sabor o se consuma en cenizas, dejando reducir la esperanza que alberga en su interior hasta consumirse por completo pero, al mismo tiempo, logrando que su sabor impregne la carne. Sonríes al recordar todos los fallidos ensayos previos en los que tu corazón aparentemente bien cocinado seguía sangrando al cortarlo, latiendo al pulso de las arterias aún sin pasar.
La experiencia es un grado, desde luego, así que sigues girando el espetón con el puso firme del cocinero curtido, deteniéndolo un momento para clavar en él el aguijón metálico de la frustración y extraerlo al instante junto con pequeños trocitos amoratados manchando su punta. Aún serán necesarias un par de vueltas más.
Una nueva capa de decepción y un especiado generoso de culpa y recelo acompañan los últimos giros del espetón antes de que tus manos enfundadas en gruesas manoplas de cuero lo extraigan de su soporte para sumergirlo en un cuenco de reflexión y lo devuelvan de inmediato al mismo centro del fuego. Vigilas atentamente con la mirada: La reflexión debe cubrir toda la superficie de manera homogénea, sin grietas que chamusquen la crujiente carne bajo ella ni grumos que queden sin caramelizar. Así, perfecto.
Extraes tu corazón del fuego y lo sacas de una pieza desde el espetón a una bandeja de tamaño adecuado, presentándolo sobre una base de recuerdos y pan de memoria con un par de errores añadiendo una nota de verde intenso como decoración. Y de ahí a la mesa.
Aguardas de pie a que el Tiempo aparezca para degustar tu última obra maestra, poseido por un nerviosismo que no dejas traslucir. ¿Habrás seguido los complejos pasos a la perfección? ¿Habrás cometido algún error imperceptible? ¿Estará correctamente sazonado y especiado? ¿Será de su gusto?
Y entre estas y otras cuestiones el Tiempo aparece, inundando el salón con su amedrentadora presencia y tomando lugar frente a su banquete. Incapaz de atisbar siquiera la enloquecedora mirada de su aterrador rostro te preguntas si esta vez quedará saciado, liberándote de la carga de cocinar tu corazón para él una y otra vez a través de los años. Tensas los puños y aguardas el veredicto.
Grey Arkhane
Hmm... cuanto más delicioso sea, más ganas tendrá de repetir, no? Yo estoy intentando aplicar mi receta Kom Bao, a ver si le repugno lo suficiente.
ResponderEliminarPor lo pronto, la próxima vez que haya cena en casa (¿Has notado la sutil invitación?) te toca cocinar... hasta podemos intercambiar recetas ;)
Sólo si el resultado es tan épico como la última vez.
ResponderEliminarPor otro lado, piensa que si tienes el corazón Kom Bao es que aún no lo tienes roto :P