Se alarga la mano hacia el cálido recuerdo, estirando los dedos anhelantes en busca de una forma, de un tacto, de un peso. Gime la memoria en la necesidad de la ausencia buscando el consuelo cercano de ese amor nunca entendido y mal demostrado, pero amor al fin y al cabo. Se desvela levemente la consciencia para emerger del sueño, aparentemente confiada en el refugio buscado pero recelosa de los ecos que la realidad arrastra como podridos huesos de barco en la resaca.
Los dedos atraviesan el vacío, la mano no halla morada y el corazón sobresaltado grita y se alarma, que ya no hay cobijo sino explanada, no la suavidad de su dulce cuerpo sino tan sólo el gélido vaho de un fantasma. Muerde la realidad con sus frías agujas, claro abandono, tortuosa estacada, anhelo truncado y sentimientos que ardiendo se vuelven cenizas, y como cenizas las borra el viento, dejando dolor y mancha donde hubo llama.
Grita, grita el corazón consumido de llanto y rabia, lágrimas que hollan la almohada, confianza e ilusión acuchilladas por ese helado espectro que aún conserva su cara, en la que ya no hay refugio, consuelo ni esperanza. Aferra la mano el peso inaudito de una brújula desviada, siente el pecho la cadena y la jaula, las fauces y garras, el insufrible tormento del desdén de quién hace no tanto entre los brazos acunara…
Y para esto mejor no haber sentido, amado o vivido. Que sin esperanza no hay derrota, ni sufre el infierno quien nunca supiera del cielo. Pero ya es tarde para eso y solo quedan, acompañado de mi etéreo y mudo cortejo, días amargos y noches rotas. Y el crudo y horrendo desengaño de que nunca volveré a dormir a su lado.
Grey Arkhane
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