miércoles, 24 de octubre de 2012

Inacción deliberada

Sinner by Neil Finn on Grooveshark 

Hoy el insomnio vuelve a visitarme, y con él el conocido cosquilleo que comparten mis dedos y el fondo de mi consciencia, ese cosquilleo que siempre se traduce en palabras vertidas sobre el papel (o la pantalla). Será que mi musa trasnocha, y con la mala leche que la caracteriza viene a incordiarme para que no la deje sola a estas horas de la noche, con tantas cosas en la cabeza y nadie con quién compartirlas.

Sea como sea vuelvo a gastar tinta dándole vueltas a las mismas ideas de siempre, a esas que me conducen a eternos e inacabables soliloquios: La falta de propósito personal y global, el carácter incompleto y frustrante común a todas mis relaciones personales y el papel de mis huecos y rarezas en ello, el irresoluble conflicto entre mi necesidad de fe bajo crisis constante y mi cinismo nihilistoide, el miedo al futuro y la añoranza de un pasado más sencillo. Vueltas y vueltas en esta espiral sin final aparente, intrascendente y terrible.

Ese propósito se ha grabado a fuego en mi mente, la autoimpuesta tarea en este exilio de nieblas de la resolución de esa espiral inacabable. Resolución que, me doy cuenta, llevo posponiendo largos años. Hasta aquí me han llevado los engranajes del tiempo, la pesada inercia de una vida encauzada que poco o nada me aportó salvo una creciente angustia que una y otra vez me arrastraba con la fuerza de la resaca a las profundidades innavegables de las emociones más dañinas que alberga el corazón humano.

Esta deliberada inacción frente a los engranajes de la costumbre es la reivindicación de mi soberanía existencial. Se trata de una elección egoísta y aristócrata que tomo porque puedo permitírmelo, por el simple hecho de que esos engranajes no contienen la promesa de la guadaña en su detención. Puede echársele la culpa a lo cómodo de mis circunstancias que considere que vivir una vida sin propósito es más deshonroso que no vivir y que esta noción guíe mis actos, pero resulta hipócrita evaluar esta cuestión bajo cualquier otra circunstancia: quizá entonces el propósito estaría claro y la duda no existiría. O si, y me sorprendería tomando la misma decisión bajo mareas menos amigables. Aventurar no tiene sentido, enfrentarse a lo presente (a mis circunstancias, mis huecos y mis miedos, mis perspectivas y emociones actuales) si.

Como un derviche sumido en su trance giratorio pretendiendo alcanzar a dios, como una peonza anclada en un punto fijo, dejo que el equilibrio dinámico pero caduco de esta espiral me guíe hasta su conclusión, hasta su resolución trascendente, antes de dar el siguiente (¿o primer?) paso de mi vida.

Grey Arkhane

sábado, 20 de octubre de 2012

Antes del invierno

Night Before Battle by Saint Seiya on Grooveshark

El aire en Oviedo antes del invierno huele a promesas y melancolía. Al detallado sueño de un niño que nunca llegó a crecer, atrapado en el cálido reflejo de las farolas sobre los viejos muros de la ciudad, a la inocencia sacrificada en el altar de la mera supervivencia.

Cuando se acerca el invierno y cae la noche, el aire en Oviedo se vuelve grave como el bramido del órgano que sostiene sobre sus hombros la alambicada trama de voces que tejen el salmo, y huele a la improbable mezcla del afilado eco de los lobos que aún acechan en la oscuridad y del pesado calor de las brasas que apenas nos defienden de ellos.

Es posible pasear por sus calles y embriagarse de ese viento frío que traspasa todo abrigo pretendido, émulo de hogar o refugio, ese recordatorio de lo que aguarda más allá de nuestros muros y nuestras fantasías esperando a que se agrieten y caigan. Y unido a él en eterna lucha, el calor de la desesperada oposición a ese destino inevitable del hombre, escondido tras la soberbia y la desesperación que encierran las armas de Prometeo. Siempre opuestos y armónicos, danzando en el eterno conflicto que alimenta el Universo.

Quizá persiguiendo la fuente de ese aliento glacial y esquivo, de ese susurro de húmeda hojarasca que niega la empresa humana colándose entre sus improbables torres, se pudiera perseguir por las empedradas calles al espectro huidizo de aquel niño olvidado hasta alcanzarlo en el seno del vendaval cuya naturaleza se empeñó en observar traspasando la protectora muralla de la razón. Y entonces regresar al mundo atesorando el verdadero nombre del Caos o perderse, para siempre, junto a aquel que nunca debí dejar de ser.

Grey Arkhane

domingo, 7 de octubre de 2012

Por qué odio los domingos


Abro los ojos incapaz de permanecer dormido y me recibe el mismo vacío del domingo de ayer. Mi cuerpo lidia con la repentina fatiga de otra noche de sueño sin descanso, la resaca de incontables horrores padecidos bajo la fría máscara de la inconsciencia. Los incómodos relieves del duro colchón presionan mis costillas, sirviendo a los invisibles fantasmas nocturnos que ya huyen de mi memoria. Me levanto y comienzo la primera oración del ritual.

El abrigo del agua despierta los nervios entumecidos y mis pensamientos se abren como pétalos de una flor al vacío que los rodea. Zarcillos de ideas se extienden a través de las gotas que humedecen mi piel, buscando a través del cálido vaho un propósito que me permita escapar al horror del domingo de hoy. El contacto con la tela y la luz del sol los cercena, y antes de que mi mente sucumba recito la segunda oración.

El intenso sabor de las entrañas de un animal muerto se apoya en mi lengua, extendiendo la placentera sensación de sus matices especiados por todo mi paladar, inundándome con su potente aroma de bocado exquisito. Lo disfruto a cada pequeño pedazo que desaparece entre mis dientes, y cuando acaba, expuesto a las largas horas de la tarde, me pregunto qué sentido tiene alimentar este sinsentido. De repente olvido la tercera oración y caigo al vacío.



Despierto algo más tarde, y el proceso de desembarazarme de mi mismo me lleva un largo rato. Como un insecto escapando del capullo que lo protege, corto las ataduras de ese sueño artificial en el que mi mente se sumerge ante el horror del vacío. Me obligo a abrir los ojos, estiro mis extremidades encogidas en torno a mi cuerpo, rechazo la calidez del lecho, la tentación de la dulce inconsciencia, y recuerdo la tercera oración. Me aferro a ella mientras mis pensamientos emergen de nuevo para dominar mis actos y cuando todo se ha estabilizado la entono.

El tiempo se desliza perezosamente a lo largo de la tarde, fluyendo con la lentitud propia de esa pesada viscosidad que el tiempo adquiere en domingo. Mi mente procura olvidarlo, entregada a resolver la entropía de objetos y papeles, de lugares e ideas. Leyendas pasadas se despliegan ante mis ojos, talismanes ocultos se atesoran bajo mis dedos, historia viva se alza a mi alrededor apresada en los pequeños recipientes de su materialidad. Mi mente permanece absorta en ello, pero nada alcanza mi corazón. Olvido el vacío hasta la cuarta oración.

Pequeñas criaturas se agolpan de nuevo en mi boca en un eco salado de la segunda oración. Se acerca el final del día y la ausencia de sentido parece ya menos monstruosa. A esas horas el vacío tiene ya cierto sentido, y la necesidad de inconsciencia una causa justificada. Finalizo la cuarta oración y dejo ir los últimos momentos de este domingo.

Mis pensamientos vagan ahora, condenada enredadera de brotes secos e insondables profundidades, de temblorosos pseudópodos que tantean en busca del sentido perdido que me haga llegar al nuevo día y angustiadas raíces incapaces de asirse a este suelo, a la vez demasiado duro y etéreo. No llegan a ninguna conclusión, no hay conclusión posible. Me abandono a la ansiada inconsciencia, preparándome para el ritual del domingo que vendrá mañana.

Grey Arkhane

martes, 2 de octubre de 2012

El pistolero y la Torre


Seize the Day by Demons & Wizards on Grooveshark 

Comienza a alejarse, se detiene y se vuelve para mirar otra vez a Roland.

Su rostro está sombrío, aunque parte de la enfermiza palidez ha desaparecido. Las sacudidas ya no son más que temblores ocasionales.

-A veces realmente no me comprendes, ¿verdad?

-No -susurra el pistolero-. A veces no te comprendo.

-Entonces voy a explicártelo. Hay personas que necesitan personas que las necesiten. La razón por la que no me comprendes es que tú no eres de esos. Tú me usarías y luego me tirarías a la basura como una bolsa de papel si fuera necesario. Dios se ha cagado en tu alma, amigo mío. Solo que tú eres suficientemente inteligente como para que eso te duela y suficientemente duro para seguir adelante y hacerlo de todas maneras. No serías capaz de evitarlo. Si yo estuviera tendido en la playa y pidiera ayuda a gritos, tú me pasarías por encima si yo estuviera entre tú y tu condenada Torre. ¿No estoy bastante cerca de la verdad?

Roland no dice nada, sólo observa a Eddie.

-Pero no todo el mundo es así. Hay personas que necesitan personas que las necesiten. Como la canción de Barbra Streisand. Trillado, pero cierto. No es más que otra forma de estar enganchado a algo.

Eddie lo mira fijamente.

-Pero cuando se trata de eso, tú estás limpio, ¿no es cierto?

Roland lo observa.

-Salvo por tu Torre -Eddie lanza una risita corta-. Eres un yonqui, Roland. Un drogadicto de la Torre.

-¿En qué guerra fue? -susurra Roland.

-¿Qué cosa?

-La guerra en la que te volaron de un tiro el sentido de la nobleza y los propósitos.

Eddie retrocedió como si Roland le hubiera pegado una bofetada.

-La Torre Oscura, vol.II: La Llegada de los Tres (Stephen King)