Hoy el insomnio vuelve a visitarme, y con él el conocido cosquilleo que comparten mis dedos y el fondo de mi consciencia, ese cosquilleo que siempre se traduce en palabras vertidas sobre el papel (o la pantalla). Será que mi musa trasnocha, y con la mala leche que la caracteriza viene a incordiarme para que no la deje sola a estas horas de la noche, con tantas cosas en la cabeza y nadie con quién compartirlas.
Sea como sea vuelvo a gastar tinta dándole vueltas a las mismas ideas de siempre, a esas que me conducen a eternos e inacabables soliloquios: La falta de propósito personal y global, el carácter incompleto y frustrante común a todas mis relaciones personales y el papel de mis huecos y rarezas en ello, el irresoluble conflicto entre mi necesidad de fe bajo crisis constante y mi cinismo nihilistoide, el miedo al futuro y la añoranza de un pasado más sencillo. Vueltas y vueltas en esta espiral sin final aparente, intrascendente y terrible.
Ese propósito se ha grabado a fuego en mi mente, la autoimpuesta tarea en este exilio de nieblas de la resolución de esa espiral inacabable. Resolución que, me doy cuenta, llevo posponiendo largos años. Hasta aquí me han llevado los engranajes del tiempo, la pesada inercia de una vida encauzada que poco o nada me aportó salvo una creciente angustia que una y otra vez me arrastraba con la fuerza de la resaca a las profundidades innavegables de las emociones más dañinas que alberga el corazón humano.
Esta deliberada inacción frente a los engranajes de la costumbre es la reivindicación de mi soberanía existencial. Se trata de una elección egoísta y aristócrata que tomo porque puedo permitírmelo, por el simple hecho de que esos engranajes no contienen la promesa de la guadaña en su detención. Puede echársele la culpa a lo cómodo de mis circunstancias que considere que vivir una vida sin propósito es más deshonroso que no vivir y que esta noción guíe mis actos, pero resulta hipócrita evaluar esta cuestión bajo cualquier otra circunstancia: quizá entonces el propósito estaría claro y la duda no existiría. O si, y me sorprendería tomando la misma decisión bajo mareas menos amigables. Aventurar no tiene sentido, enfrentarse a lo presente (a mis circunstancias, mis huecos y mis miedos, mis perspectivas y emociones actuales) si.
Como un derviche sumido en su trance giratorio pretendiendo alcanzar a dios, como una peonza anclada en un punto fijo, dejo que el equilibrio dinámico pero caduco de esta espiral me guíe hasta su conclusión, hasta su resolución trascendente, antes de dar el siguiente (¿o primer?) paso de mi vida.
Grey Arkhane