Vivo tiempos interesantes, como diría la vieja maldición oriental. No ya sólo por todo lo que acontece a mi alrededor, en la sociedad en la que vivo, con todos esos terrores y maravillas que constituyen esta época que me ha tocado vivir, sino también a nivel interno.
Siguiendo esa mala costumbre que tengo de echar la vista atrás, resulta curioso encontrarme cómo mi idea de felicidad ha ido variando con los años, desde aquella cándida confianza en que todo cambia y las malas rachas pasan hasta la resignada y exigua esperanza de que en algún momento cesará la lluvia de flechas arrojadas sobre el escudo que aún sostiene mi brazo cansado.
Son tiempos interesantes, entre otras cosas, porque mi idea de felicidad vuelve a cambiar y ya ni siquiera espero que las flechas vayan a dejar de caer. Simplemente espero acostumbrarme a su constante repiqueteo sobre la madera de la maltrecha defensa que me protege...o a la mordedura de sus puntas de acero cada vez que mi brazo flaquea.
Ya no concibo una vida sin esa lucha constante, sin que algo salga mal o venga a trastornar la paz de los escasos momentos de descanso que a duras penas consigo. Siendo totalmente sinceros, creo que ya he olvidado cómo es esa paz, la tranquilidad verdadera de un instante de auténtica calma, sin que al fondo de mi mente y mi corazón se muevan ansiosas las serpientes abisales de la angustia y la incertidumbre.
Y en lugar de huir o alejar esa funesta idea de mí intento aprender a convivir con ella, sin saber muy bien si eso significa dar un pequeño paso más hacia la madurez o dos más hacia el abismo. O ambas cosas a la vez, que todo es posible.
Quizá la verdadera esperanza resida precisamente ahí, en lograr conservarla pese a saber que nunca llegará a verse satisfecha.
Grey Arkhane
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