Descubro cuán largo ha sido este día en el momento en el que logro colonizar un sitio en el autobús nocturno que me devuelve a mi casa, y a través del sucio cristal el paisaje oscuro y plagado de perezosas luces se vuelca en mi mente con el peso de todo aquello que sucedió entre líneas de lo que acontecía frente a mis ojos.
Sumido en el negligente bamboleo del bus me doy cuenta de hasta qué punto mi percepción vital se ha convertido en una confusa nube de la que ya no tiene ciencia o sentido extraer reflexiones profundas. Uno está demasiado cansado, demasiado hastiado de darle retorcidas vueltas a cada asunto que, no nos engañemos, jamás han llevado a una mejor solución. Harto también de haber perdido la inocencia hasta el punto de no creer que nada pueda conducir a una mejor solución, salvo el puro azar desesperado.
Así que simplemente me dedico a asimilar los errores y terrores ajenos, incómodos pero amparables, pues por ya conocidos se sabe a dónde conducen; a repasar molesto los propios, terribles en su resolución ignota; a tentar a mi cuerpo agotado con deleites que no llegará a recibir y a echar de menos la paz de una catedral llena de peregrinos.
Ese recuerdo en la memoria de cientos de almas alzando su oración hacia un dios sordo y ciego, ese breve instante de rememoranza de la calma pretérita, es al fin y al cabo el único tipo de consuelo que queda para la mente cansada de luchar contra si misma, perdida en su propia nebulosa de autodestructiva salvación.
Grey Arkhane
No hay comentarios:
Publicar un comentario