La ciudad se aposenta callada, los viejos sillares desgastados por el tiempo enraizados en el suelo fértil, historia tallada que emerge de la memoria misma de la tierra, ajena al imprudente olvido de quienes la pueblan. Bajo el artificio del neón y la luz se respira la calma de la piedra lisa y el aire pulcro de los fríos rincones de la antigua fe susurrando entre las ramas de los castaños. Sobre el telón nocturno, la misteriosa y siempre ambigua sonrisa de Selene, dorada de promesas y plena de magia.
Comienza un nuevo año y me ausento del hogar para reforjar los viejos lazos, las viejas promesas que me unen a esta tierra y a esta ciudad...camino por entre las silenciosas calles al abrigo de la húmeda neblina de medianoche, que me rodea como una acogedora capa, hollando el suelo enlosado en dirección al mismo núcleo de la ciudad. Atravieso arcos y dejo atrás capillas y palacetes, plazas y callejas casi desiertas. Mis pasos me llevan a la catedral, con su dedo de roca esculpida señalando al dios que en realidad se aloja en el refugio de sus amplias naves. Tan queda como el resto de la urbe, se alza desapercibida entre sombras, olvidado testigo de épocas que ya nadie recuerda, guardiana de secretos que jamás serán revelados.
Me detengo ante la figura que me aguarda en su patio, la del escudo y la corona, la del gesto fervoroso y la mirada decidida. La figura del Rey Peregrino, aquel cuyos pasos hacia el oeste seguí en dos ocasiones convirtiendo su ejemplo en mi guía. Ante él y todos sus pares de rostros barbados y ojos adustos, que reparan en mi presencia tras el negro verjado, alzo mis plegarias para este nuevo año. A los caudillos de mis ancestros, a los héroes y tiranos olvidados, dirijo mis ruegos para este nuevo capítulo de mi periplo. A ellos les pido la fuerza necesaria para hacer lo que ha de hacerse.
Hoc signo tuetur pius, hoc signo vincitur inimicus. Al amparo de su bendición me sumerjo en el verde, allí donde ya nadie me acompaña, hasta alcanzar el portal. El viejo pórtico franciscano aguanta en pie el fragor de las eras aún cuando el resto de su convento acabó esfumándose en el viento, irreductible ruina en mitad de sus campos que nadie logró someter aún. Ante él pido la serenidad de sus primeros huéspedes y su claridad de criterio para ayudarme a discernir el camino en estos tiempos oscuros, más allá de la niebla de la incertidumbre y de los traidores velos de mi propia mente. El camino para la paz con el furibundo lobo que amenaza con devorarme desde dentro.
Y con este 2012 aún en su hora prima, cruzo el viejo arco de San Francisco hacia el nuevo año...
Grey Arkhane