Mi boca vomita palabras que son deseos de muerte, bilis negra de la serpiente de angustia que se enrosca y anida en mi pecho. Hija del Dragón que ensombrece y asola, terror sin rostro que se lleva vida y sueño dejando sólo condena. Susurros en mi oído, temblor en mi mano, hablándome de la libertad que se esconde tras la larga caída.
La sangre del último cordero derramada, fin de toda inocencia, alimento de las raíces retorcidas del impío árbol de la siega. Cauces de oscuro rojo resbalan y gotean viscosos por el filo dentado de la traición, que brilla triunfante como un pedazo de espejo roto y sólo deja tras de sí una sonrisa en el rostro del matarife y ligereza en su corazón, la conciencia limpia de quién mira a otro lado y se lava las manos. Árbol charyou: muerte para mí, vida para su cosecha.
Al prisionero se le niega y arrebata el último rayo de sol anhelado, abandonándolo al pozo oscuro donde sólo moran las voces de su locura. El hombre vacío y despojado, drenado de todo lo que lo convertía en mí, se sienta ahora en la encrucijada a la que ya acudió en sus sueños. Conoce nuevamente los pasos que le preceden, camino inexorable bendecido por la luz del ave inmortal, último vistazo a los rostros que le conocieron, y después…
Grey Arkhane