El peso de la espada, muerte plateada de delicado filo y guarda, le recuerda los claroscuros de su propia misión. Las dudas surgen en el momento anterior a la batalla, ni la primera ni la última en que ha de poner en juego su vida y su alma.
Sus pies flotan entre la humedad nubosa. Un gesto de su mano calma a su hueste, ordenada en silenciosas filas tras él. Son el brazo armado del Bien Universal, su reverso violento y necesario. Amargo el sabor de tal paradoja, bilis en el paladar de quién ha jurado verter ríos de sangre para evitar que fluyan mares. Su labor a espaldas de las puertas del Cielo, sus ojos apartados por siempre de la Ciudad de Plata, permanentemente fijos en la oscuridad que amenaza con empañar su fulgor.
La armadura blanca se desliza sin ruido al compás de sus gestos, pesada sobre su forma incorpórea, tachonada de espinas y carmesí de la propia sangre entregada en sacrificio a la pureza que él y los suyos salvaguardan. Son los monstruos irredentos de Dios, bañados en sangre, cuyas miradas afrontan las tinieblas. La paradoja azota su conciencia y la hipocresía de su mera tarea siembra la duda de la verdadera nobleza de su causa, esa causa invisible a sus espaldas.
El Metatrón, que hoy se alza entre ellos, clama con su voz argéntea desde la oscura armadura y las palabras que pronuncian sus coros devuelven sus miradas al mal que hoy afrontan. Entonces el arcángel recuerda. Recuerda el peso de las luminosas alas que hunden sus ardientes haces en la carne de su espalda. Contempla la clase de monstruos que agitan sus armas y escupen blasfemias frente a él, sus rostros supurantes y grotescos, sus fauces dañinas y venenosas, siervos del Sol Negro y el Rey Carmesí, y ante tal verdad, que en instantes ha de poner su alma a prueba, recuerda la necesidad de monstruos como él y el orgullo de su sacrificio, de la sangre que blasona sus armas. Recuerda la Luz Verdadera de la Ciudad de Plata.
Al amparo de la voz del Metatrón, Azyrael alza su espada, y las luminosas alas de la Hueste Celestial avanzan implacables contra el mal.
Grey Arkhane