Se materializó en la quietud de la noche como el suave crepitar de una llama al prenderse. La exhalación tejida en volutas de un humo translúcido y azulado se alzó sobre las rocas y raíces que se desperdigaban por el suelo del lugar hasta tomar la forma de un ser humano alto y delgado, envuelto en un manto blanco bajo el cual se atisbaban pedazos de metal herrumbroso.
El rostro descarnado, sin labios bajo la espesa barba blanca, apenas vibró imperceptiblemente cuando dijo:
-¿Quién pronuncia mi nombre? ¿Quién acude a buscarme? -sus rasgos apergaminados se contrajeron en torno a los ojos blancos, vacíos. Pareció crecer cuando el halo fantasmal que le rodeaba crepitó, agitándose como una llama turbulenta. La cruz carmesí brillaba majestuosa en el centro de su tabardo, volviendo más oscuras las sombras del bosque y las ruinas a su alrededor.
-Ultreia. -dijo el hombre embozado en una capa verde que aguardaba tranquilo frente al espectro, alzando un bastón de avellano hasta colocarlo horizontalmente frente a si y revelando bajo su capa la blanca forma de una concha.
La figura fantasmal se contrajo cuando un espasmo de sorpresa cruzó su decrépito rostro. Tardó unos instantes en responder:
-E suseia...¿qué hace un peregrino tan lejos de la vía jacobea?
-Los tiempos han cambiado, frey. Nuevas vías avanzan a Compostela desde tierras que antes fueron de infieles, y pocos recuerdan a sus nobles protectores.
Una risa seca, carente de humor, se escapó entre los dientes de la criatura.
-Eres sabio al reconocer los viejos juramentos, peregrino. De otro modo -dijo, flotando amenazadoramente hacia el hombre y emitiendo un siseo de furia con cada palabra- ya te habría arrancado la mente y azotado tu alma con el dolor de incontables horrores.
-Basta, frey. -la mirada que el espectro encontró bajo la capucha hizo que detuviese sus amenazas- Vengo con una ofrenda para ti. Con una propuesta y un desafío. He venido a liberarte.
-¿¿LIBERARME?? -el encolerizado espíritu se alzó y comenzó a volar furiosamente alrededor del encapuchado, describiendo un torbellino azulado del que las palabras surgían como promesas de muerte- ¡Liberarme! ¿Qué sabes tú, ridículo mortal, de liberación, o de condena? ¿Qué sabes del dolor eterno que me ata a esta tierra y me niega el descanso? Maldito, maldito una y cien veces que por el juramento hecho a mi Orden no pueda...¡MALDITO! -pequeños guijarros y ramas se alzaron a su compás y golpearon el cuerpo del hombre, que permaneció impasible en el centro del pequeño huracán.
-¡FREY HUGO DE MARIGNAC! ¡Por romper tus votos fuiste condenado, por tu debilidad y tu ambición te fue negado el descanso eterno! -el encapuchado extrajo un frasco cristalino de su capa, en el cual refulgían unas pequeñas luces flotantes, tan intensas como aquellas que despuntaban sobre sus cabezas en el cielo nocturno. Con el pulgar destapó el corcho que lo cubría y derramó el brillante contenido a lo largo de su bastón. Este pareció absorber las luminosas motas y comenzó a despedir el mismo brillo argénteo hasta transformarse en una lanza de luz pura y cegadora- ¡He aquí un arma sagrada, forjada y bendecida con los deseos inexpresados de estrellas errantes! ¡Úsala y recupera tu honor, Hugo! ¡Protege al peregrino! ¡Haz honor a tus votos de nuevo!
El hombre encapuchado cayó de rodillas con un gruñido de dolor. Su capa se volvió negra como ala de cuervo.
-¿Proteger? ¿De qué habría de protegerte, insolente, si no de...?
El espectro no llegó a acabar la frase, deteniendo su iracundo vuelo en seco cuando de entre los pliegues de la capa del hombre arrodillado emergió el Dragón. La cabeza amplia y escamosa giró observando el entorno, con el mismo tejido de la realidad crepitando y crujiendo a su alrededor. Un grito antinatural emergió de las fauces repletas de las finas agujas plateadas de sus dientes, resonando en las viejas ruinas del convento. Los zarcillos de su cresta ondularon a medida que su cuerpo escamoso se liberaba de su prisión humana, saliendo al mundo con el sonido de cientos de almas desgarradas por dientes de sierra. El Dragón se alzó victorioso, elevándose por encima de las ruinas y del estupefacto templario.
-Por San Jorge... -saliendo de su asombro, el espectro avanzó hacia el bastón relámpago que el hombre había creado, recogiéndolo sin detener su vuelo y cargando contra la cabeza del Dragón- ¡SANTIAGO! ¡SANTIAGO!
El combate fue clamoroso. La negra bestia se enroscaba sobre si misma, derribando árboles y rocas, abriendo oscuras brechas en el espacio a su alrededor, grietas en la misma matriz de la existencia, intentando atrapar con sus fauces al veloz espíritu que giraba vertiginoso a su alrededor. El fantasma lanzaba incansable poderosos mandobles con su brillante arma sobre las escamas de obsidiana, liberando tremendas descargas eléctricas que se dispersaban por toda la zona, crepitando violentamente y yendo a formar pequeños incendios en la vegetación. El escenario del ruinoso convento pronto se convirtió en un paisaje apocalíptico tachonado de fuego, relámpagos y agujeros negros, lleno el ambiente de cenizas que flotaban entre la cegadora luz y de los gritos del viejo templario replicando al continuo y estridente gemido del Dragón. Cada golpe resonaba con la contundencia de un trueno, haciendo temblar la misma tierra.
Abajo, en el valle, los escasos habitantes de Valsaín que permanecían despiertos a tales horas contemplaron santiguándose cómo de las viejas ruinas encantadas surgió una terrible tormenta que se prolongó durante horas hasta extinguirse, dejando únicamente los dispersos focos amarillentos de los pequeños incendios que el cataclísmico enfrentamiento había provocado.
El hombre abrió los ojos para ver cómo el Dragón que surgía de su pecho atrapaba al espectro con sus fauces, desgarrando su fantasmal cuerpo. Reuniendo sus últimas fuerzas, Hugo de Marignac, caballero templario, descargó un último golpe con su fulgurante arma sobre el cuello de la criatura, provocando que ambos desaparecieran en un último estallido de luz.
Mareado y desorientado, el encapuchado logró levantarse y dirigirse entre tambaleos hacia el lugar en el que el templario había alcanzado la redención. Recogió el viejo bastón para sostenerse, de nuevo fiel instrumento de madera, y permaneció alerta, observando y escuchando con atención.
Algo se arrastró a su derecha. El hombre se encaró en aquella dirección y apartó con el bastón unas cuantas rocas sueltas de bajo las cuales provenía el ruido. El cuerpo maltrecho de un pequeño lagarto, de escamas negras como la obsidiana y dientes estilizados como agujas se reveló ante él. La patética criatura le miró con aquellos ojos grises de odio puro que tan bien conocía y emitió un molesto chirrido de ira. De su cuello caía un icor blanquecino, sangre de Dragón, manando del profundo tajo que el espectro le había infligido.
-Despojado de tu poder y moribundo...prometí que algún día acabaría contigo.
El reptil detuvo sus espasmódicos movimientos de rabia y volvió a mirar al que había sido su huésped durante tanto tiempo, con un destello de comprensión en los ojos malvados. Ese día había llegado, y la criatura fue finalmente consciente de ello. Con un último grito de desafío, el Dragón agitó violentamente su cabeza alante y atrás, pegando tirones de su cuello hasta que este acabó de desgajarse, decapitándose a si mismo.
Tras ver cómo el cadáver del monstruo se deshacía en cenizas, el hombre encapuchado se alejó del lugar por la vía que bajaba hacia el valle con una sonrisa iluminando su rostro. Él también había alcanzado la liberación.
Grey Arkhane